Creo que nadie olvida su primera menstruación, la mía sucedió cuando tenía 11 años.
Era mayo. Aunque no puedo decir con precisión el día, recuerdo que el cielo estaba nublado, lo cual era raro en Tuluá que es de donde yo soy. Acababa de llegar a mi casa del colegio, almorcé y después me puse una sudadera azul que generalmente usaba cuando hacía frío o en muy pocas ocasiones.
Esa tarde, mi casa estaba llena de mujeres. Mi abuela vivía con nosotros y tenía la costumbre de reunirse con sus primas, amigas e hija a tomar el café durante las tardes. Todo transcurría con normalidad hasta que me dieron ganas de entrar al baño. Cuando me fui a limpiar, noto que estoy manchando cafecito. Al mirar mis panties, veo también unas manchas cafés que nunca antes en mi vida había visto.
Mi primera reacción fue obviamente sentir nervios, pero al mismo tiempo sentí mucha emoción, fue cómo “¿QUÉ ACABA DE PASAR?” No sabía si asustarme, estar feliz, gritar o qué hacer, lo único que quería era ir a contarle a mi abuela lo que estaba pasando con mi cuerpo. Estoy segura que más de una se puede relacionar con esa sensación.
Verán que menciono mucho a mi abuela y es por que ella fue la que me crió. Crecí con una mujer que nació en 1935 y a pesar de que fue criada en una familia muuuy conservadora, siempre hemos sido muy cercanas y también muy abiertas.
Continuando con la historia, recuerdo que me puse la sudadera azul nuevamente e intenté llamar a mi abuela desde el baño, pero me contestó que estaba ocupada. Entonces decidí salir y acercarme a la sala, donde se encontraban todas las mujeres, pero paré antes de llegar y me quedé en un lado del pasillo. Como la niña tierna y pequeña que era, saqué mi cabeza por el pasillo y le insistí varías veces a mi abuelita que viniera conmigo. Recuerdo que se echó a reír porque pensó que la estaba molestando y me dijo “Ay mija, pero si estoy tan ocupada con la familia, qué pasa o qué” y al ver que estaba tan insistente, decidió acompañarme.
Cuando llegamos al baño le dije que le tenía que mostrar algo y le mostré mis panties manchadas.
Mira lo que me pasó - le dije.
Mi abuela siempre solía mirarme a los ojos de manera muy dulce y directa cada vez que me iba a decir algo importante, y al yo mostrarle lo que me había sucedido, me mira directamente a los ojos y con algunas lagrimas me dice:
“Mi niña, acabas de pasar de ser una niña a una mujer”
Yo no sabía qué sentir, debo admitir que me dio un poco de miedo y nervios porque no entendía qué significaba pasar de ser una niña a una mujer. Aunque ya me habían hablado de la menstruación en el colegio, siempre fue de manera muy superficial, por lo que yo no entendía muy bien que estaba sucediendo.
Mi abuela salió del baño y llamó a mi tía que se encontraba en la sala y le dijo:
“Necesito que me expliques cómo se usan las toallas higiénicas”
Como mi abuela nació en 1935, en esa época no existían las toallas higiénicas y a ella nunca le tocó utilizar una. Fue mi tía la que corrió a comprar unas toallas y le explicó a mi abuela cómo se debían poner. Después, fue ella misma quién me enseñó cómo utilizarlas.
La persona que me enseñó cómo utilizar unas toallas higiénicas fue mi abuelita, que fue y buscó ayuda y orientación sobre el tema. Lastimosamente mi mamá no pudo estar ahí, pero cuando horas más tarde ella llegó, mi abuela se encargó de comentarle todo lo que había sucedido.
Ahora que relato esta historia, caigo en cuenta que en ese momento estaba rodeada de un círculo de mujeres que habían en mi casa y que fue un momento muy lindo y especial.
Obviamente sentí vergüenza cuando mi papá se enteró, especialmente cuando él me despertaba en las mañanas y nos dábamos cuenta del charco de sangre que había en mi cama, porque solía sangrar mucho durante 7 días, pero con el tiempo me fui acostumbrando.
En ese momento de mi vida no tenía tantos cólicos. Fue a partir de los 14 años que los dolores que sentía empezaron a alcanzar niveles inimaginables, pero eso será motivo para otra historia.